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formular. Es una cuestión sumamente complicada que escapa a toda explicación breve...
y yo no podría dar esa explicación, pues no soy especialista en educación; esos
especialistas llegarán aquí cuando yo haya terminado mi labor y se haya firmado la carta
orgánica de afiliación. Pero, por tomar un ejemplo sencillo, sus hijos comienzan a asistir a
la escuela a los cuatro años. Entran en un aula con otros niños y son separados de sus
hogares; el aprendizaje se convierte de inmediato en una actividad aislada de la vida, algo
que se hace en cierto horario. Y la primera lección es obedecer al maestro. En
consecuencia, la educación se considera un éxito cuando los alumnos, en cierta medida,
han aprendido a obedecer y han renunciado a la independencia intelectual, y quizá estén
en entredicho constante con su ámbito hogareño.
»Nuestros métodos difieren radicalmente. No permitimos que ningún niño ingrese en la
escuela antes de los diez años... pero para entonces, gracias a ciertos juguetes y
artilugios didácticos con los que se han familiarizado durante años, poseen tantos
conocimientos como los niños de ustedes cuando dejan la escuela. Y no es sólo cuestión
de conocimiento, sino de conducta, sensibilidad, comprensión.
Farro estaba en desventaja.
-Me siento como un salvaje a quien un misionero le dice que debería usar ropa.
El otro sonrió, se levantó, se le acercó.
-Para su tranquilidad, le aseguro que esa analogía es falsa -dijo-. Usted está
reclamando la ropa. Y cuando la use, sin duda admirará el corte.
Con lo cual, reflexionó Farro, ambos seguían en su papel de salvaje y misionero.
-No se ofusque, señor Westerby. Tiene todo el derecho a angustiarse ante el temor de
que despersonalicemos su planeta. Pero nosotros ni soñaríamos con hacerlo.
Despersonalizados, ustedes no nos sirven de nada. Necesitamos mundos capaces de
hacer su mejor aportación personal. Si desea venir conmigo, me gustaría darle una mejor
idea de cómo funciona la galaxia civilizada.
Farro se puso de pie. Era un consuelo ser un poco más alto que el ministro.
Jandanagger se apartó cortésmente y lo invitó a trasponer una puerta. Mientras
atravesaban un silencioso corredor, Farro volvió a hablar.
-Aún no he explicado claramente por qué creo que la afiliación sería perjudicial para la
Tierra. Estamos progresando por nuestra cuenta. Con el tiempo, desarrollaremos nuestro
propio método para el viaje espacial, y nos uniremos a ustedes en condiciones más
igualitarias.
Jandanagger sacudió la cabeza.
-El viaje espacial... el viaje entre distintos sistemas estelares... no depende sólo de la
capacidad para construir naves estelares. Cualquier cultura posnuclear puede descubrir
ese truco por accidente. El viaje espacial es un estado mental. La travesía siempre es
endiablada, y nunca encontrará un planeta, por encantador que sea, que le siente tan bien
como el lugar donde nació. Se necesita un incentivo.
-¿Qué clase de incentivo?
-¿Tiene alguna idea?
-Supongo que no se refiere al comercio o la conquista.
-No, desde luego.
-Me temo que no sé a qué clase de incentivo se refiere.
El ministro rió entre dientes.
-Trataré de mostrarle -dijo-. Usted iba a explicarme por qué la afiliación sería perjudicial
para la Tierra.
-Sin duda su misión lo ha inducido a aprender algo sobre nuestra historia, ministro.
Está llena de elementos oscuros. Sangre, guerra, causas perdidas, esperanzas olvidadas,
épocas de caos y días en que murió incluso la desesperación. No es una historia que nos
enorgullezca. Aunque muchos hombres buscan el bien individualmente, colectivamente lo
pierden en cuanto lo encuentran. Pero tenemos una cualidad que siempre nos permite
abrigar la esperanza de que el mañana sea mejor: iniciativa. Nunca hemos perdido la
iniciativa, ni siquiera en las situaciones más desalentadoras.
»Pero si sabemos que existe una cultura colectiva de varios miles de mundos que
jamás podremos emular, ¿qué nos impedirá volver a hundirnos para siempre en la
zozobra?
-Un incentivo, por cierto.
Mientras hablaba, Jandanagger lo condujo hacia una habitación pequeña con forma de
bumerán y anchas ventanas. Se hundieron en un diván bajo, y la habitación se movió de
inmediato. La vertiginosa vista de la ventana cambió y rodó debajo de ellos. La habitación
volaba.
-Éste es nuestro equivalente más próximo de los trenes. Circula sobre un riel de
enlaces nucleónicos. Sólo iremos hasta el edificio vecino. Hay cierto equipo que me
gustaría que viera.
Al parecer no se requería ninguna respuesta, y Farro guardó silencio. Había sufrido un
electrizante instante de temor cuando se movió la habitación. En menos de diez segundos
volaron a una rama de otro edificio galáctico, volviéndose parte de él.
Encabezando la marcha una vez más, Jandanagger lo acompañó hasta un ascensor
que los llevó a un sótano. Habían llegado. El equipo del que Jandanagger había hablado
no era muy impresionante en apariencia. Ante una hilera de asientos acolchados había un
mostrador sobre el cual colgaba una fila de máscaras semejantes a respiradores,
conectadas por varios cables a la pared.
El ministro galáctico se sentó e invitó a Farro a ocupar un asiento contiguo.
-¿Qué es este aparato? -preguntó Farro, incapaz de disimular la preocupación.
-Es un sintetizador de ondas. Convierte muchas longitudes de onda que el hombre no
puede detectar por sí mismo, traduciéndolas a paráfrasis que sí puede entender. Al
mismo tiempo, presenta impresiones objetivas y subjetivas del universo. Es decir, usted
experimentará, cuando se ponga la máscara y yo la encienda, grabaciones del universo
realizadas con instrumentos visuales, auditivos y demás, así como impresiones humanas
de él.
»Debo advertirle que, dada su falta de entrenamiento, es posible que el sintetizador le
ofrezca una impresión confusa. Al mismo tiempo, sospecho que le dará una idea general
de la galaxia más cabal de la que obtendría en un prolongado viaje estelar.
-Adelante -dijo Farro, entrelazando las manos frías.
Toda la columna de lemmings se había internado en las quietas aguas. Nadaban en
silencio, y su estela comunitaria se disolvía en el majestuoso y suave vaivén del mar. La
columna menguó gradualmente a medida que los animales más fuertes se adelantaban y
los más débiles se rezagaban. Uno por uno, inexorablemente, los animales más débiles
se ahogaron; aun así, mientras sus lustrosas cabezas aún permanecían en la superficie, [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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